Cuando Sandor u otros parientes iban a visitar a la anciana, ésta exclamaba: -¡Qué bien me sienta el aire del campo! Esta anécdota viene al pelo para aquellos emprendedores que durante un tiempo más o menos prolongado pierden el sentido de la realidad. Tan involucrados se encuentran en su negocio que olvidan la existencia del mundo real. El benchmarking, es decir, aprender de realidades ajenas no es una opción diferencial radicalmente única y original, sino la única alternativa con la que hoy en día cuentan las empresas para subsistir. Cuando los mercados son incipientes, es viable salir adelante sin gran tensión: los clientes pueden estar en buena disposición de compra, porque no cuentan con alternativas. Cuando los mercados se tornan maduros, todo se vuelve más apasionante. Algunos se limitan a señalar las dificultades, cuando lo que debería destacarse es la ilusión que debe brotar en esos periodos por mejorar el modo de hacer las cosas. En circunstancias de llanura el reto es menor; cuando lo habitual son los obstáculos, el trabajo se torna más desafiante y, si se plantea bien, muy motivador. Algunas empresas olvidan que respirar aire puro, que abrir las ventanas a la novedad, no significa traicionar los principios, los valores, la misión o la visión, sino que implica más bien capacidad de apertura y aprendizaje de los demás. Quienes se encierran en ideas preconcebidas y las dan por inmejorables acaban haciendo el ridículo en los mercados. La innovación, la creatividad, la oxigenación de los propios proyectos empresariales -¡y vitales!- es esencial. En ocasiones, la ausencia de capacidad de aprendizaje aparece pasados los años de andadura. Algunas organizaciones, al alcanzar edad madura, si es que han tenido éxito siquiera parcial se consideran por encima del bien y del mal. En el momento en el que una empresa aprecia que ya no tiene nada que aprender ha comenzado su sendero hacia el camposanto organizacional. Resulta interesante contemplar cómo el peligro aquí descrito no sucede con una ni con dos, sino con muchas organizaciones. En el fondo, con casi todas. La diferencia es que algunos emprendedores, conscientes de la situación, ponen los medios a su alcance para salir de ella. Otros, por el contrario, se empecinan en el error. En esas circunstancias, quienes permanecen dentro de esas organizaciones lo hacen o porque no tienen alternativas, o porque les resulta más cómodo soportar incongruencias organizativas que enfrentarse al riesgo de abrir nuevas sendas, promoviendo ¿por ejemplo- la creación de una nueva empresa o, sencillamente, cambiando de trabajo. La vida, si se abre a la novedad, es arrebatadora; si se plantea como una continuidad rutinaria de verdades antiguas y obsoletas, puede suponer para emprendedores y subordinados una muerte anticipada, y tan dolorosa como la física. |